El Museu de Lleida se encuentra en el centro de la ciudad, ubicado entre los edificios llenos de historia que componen el casco antiguo. Destaca por su arquitectura, siendo un soplo de aire fresco, un avanzar hacia el futuro. Y aunque a simple vista parece una isla solitaria, es un importante punto de encuentro para los ciudadanos, vecinos, escuelas y familias que aportan y dan vida al museo.
Actividad familiar “Hagamos de arqueólogos en la prehistoria”
Y aunque la exposición permanente reúne cerca de 1000 objetos que acompañan al visitante en un recorrido por la historia, nosotros en esta ocasión hemos vivido en primera persona el paso del paleolítico al neolítico. Y digo que lo hemos vivido en primera persona porque una vez aparcado el coche en el parking que hay justo al lado del museo y una vez iniciada la visita guiada, nos han ofrecido vestirnos como se vestían nuestros antepasados en ese momento: con vestimentas hechas con pieles. Todo un factor sorpresa que desde luego que ha llamado la atención de la pequeña.
Y así vestidos, iniciamos nuestra visita por las salas de la colección permanente, siguiendo las huellas de los homínidos, hasta llegar al homo sapiens. En todo este recorrido uno de los educadores del museo que nos ha acompañado ha sabido adaptar el lenguaje a la edad, teniendo en cuenta los intereses de la pequeña, pero dándonos también a nosotros la información que debíamos conocer.
Explorar y descubrir
Y una vez finalizado ese primer recorrido, hemos sido sorprendidos por una réplica de la Roca dels Moros del Cogul en la que se puede apreciar perfectamente el arte rupestre. Y eso no fue todo, debajo de la roca había diferentes materiales que hemos podido tocar relacionados con ese momento de la historia y que, por lo tanto, ofrecen a los niños una experiencia sensorial muy interesante y los lleva de lo abstracto a lo concreto.
Nuevo escenario: el aula didáctica
La segunda parte de la visita tuvo lugar en un escenario totalmente diferente: el aula didáctica del museo. Un ascensor, cuatro pasos y en un abrir y cerrar de ojos nos hemos encontrado en un campamento nómada reconstruido especialmente para que los visitantes puedan interactuar con él.
Era el momento de hacer una sopa, pero no una cualquiera. Una sopa tal y como la hacían nuestros antepasados, con las dificultades que eso conllevaba. Primero los ingredientes, los recipientes, el fuego (ahí la pequeña decidió que eso de picar piedras para hacer chispa era demasiado complicado y fue directa a coger el fuego que había en el campamento reproducido con PlayMobils), y la incógnita de cómo cocinarlo todo sin que el fuego queme los recipientes. Todo un reto tanto para los pequeños como para nosotros que nunca nos hemos llegado a plantear cómo se hacía una sopa en el pasado.
Y antes de concluir la visita, hemos podido hacer nuestra propia pintura rupestre a base de mezclar agua y pigmento alimentario. Y mientras la pequeña se encontraba inmersa en su arte, nosotros hemos podido comprobar todo lo aprendido mediante una aplicación diseñada por los propios alumnos de una escuela de la ciudad.
Vuelta al presente
Fuera pinturas, lavado de manos (la pequeña algo más que de manos), dejar atrás las ropas de pieles, ascensor arriba y vuelta al presente, al aquí y ahora, al futuro.
Salimos siendo los mismos, pero cambiados por todo lo vivido ahí dentro. Días después nuestra pequeña sigue recordando instantes de esa experiencia, choca piedras y dice que hace fuego, se refugia en campamentos construidos por ella y nos recuerda que quiere volver para ver la exposición de los dinosaurios que harán próximamente.
