En casa, además de ser fans del turismo familiar, de proximidad y sostenible, también nos encanta viajar en el tiempo y el espacio para descubrir personajes y aventuras. Por eso, cuando conocimos la existencia de la Torre de Benviure decidimos escaparnos un domingo a pasar el día en San Boi y acercarnos a su historia.
Al poco de llegar, nos sorprendieron unos ruidos extraños, de los que no sabíamos el origen, mientras que el suelo temblaba a nuestros pies. Y cuando ya temíamos lo peor… Apareció Roc, un soldado, que nos preguntó: ¿amigos o enemigos? Y nosotros, con las manos en alto, respondimos (obviamente) amigos.
¡Desde la visita teatralizada en el Castell de Cardona que no disfrutábamos tanto! Y aunque en este caso se trata de una pequeña fortificación, de la cual ya solo queda en pie la torre, también se pueden observar a su alrededor vestigios de lo que fue la ciudadela y las razones por las que se le puso el nombre. Nada que envidiar a otras construcciones históricas, vaya, ni tampoco por el buen recibimiento que nos brindaron.
Tal como nos explicó el fornido Roc Benviure, aquella fue antiguamente una torre de vigilancia y defensa, construida en el siglo X sobre un asentamiento de los íberos, en la Marca Hispánica, frontera entre territorio musulmán y el ibérico.
Una de las pocas que se conservan aún, de las tantas que en sus días hubieron, comunicándose entre ellas con señales de humo… Y a lo largo de una hora y media nuestro gran amigo (sobretodo por su enorme panza) nos mostró y detalló los hallazgos y vivencias que sucedieron en aquellos lares hace mucho, mucho tiempo.
Descubrimos como se vivía cuando no había ni nevera ni cocina, donde se guardaban los objetos de valor, en qué consistía un asedio y cual era el super poder de los habitantes de la torre, que durante una época fue parte de un castillo: ¡la paciencia! De hecho, gracias a ella (y al pozo, las “sitges”, los depósitos de cereal, y a la fresquera, donde se guardaba la cerveza, entre otros manjares frescos), sobrevivieron a múltiples ataques enemigos a lo largo de los años.
Después de subir hasta lo alto de la torre (a pesar de que no sea su altura original, por cuestiones de seguridad), volvimos a tierra firme para visitar la exposición, a la cual incluso aportamos un pedazo de cerámica encontrada por Pau y que tenía toda la pinta de pertenecer a los restos de las excavaciones.
Allí, además de información histórica la mar de interesante, hay algunos espacios con utensilios de la época para toquetear, y también recreaciones para el disfrute infantil, así como disfraces y juegos para todas las edades. ¡Un colofón final de 10! De hecho, casi tuvieron que echarnos…
Para completar la jornada se puede hacer una excursión a la Ermita de Sant Ramón, e incluso comer en el restaurante, aunque hay otros locales muy recomendables por la zona (nosotros probamos el Marimorena y nos encantó) o hacer un picnic en el Parc de La Muntanyeta. Un plan estupendo, apto para todos los bolsillos (puesto que la visita es gratuita) y una buena forma de contribuir a mantener y difundir el patrimonio cultural e histórico que nos rodea. ¡Aprovechad!
