¡Hoy tenemos una crónica viajera! Paloma nos cuenta su experiencia familiar en su visita a Finlandia. Nieve, visita a Papá Noel y un montón de aventuras que les hicieron disfrutar de lo lindo en su estancia en el país de origen de su marido hace ya 3 años. Porque más vale tarde que nunca y porque siempre nos gusta una buena dosis de trineos y pistas de hielo. Aquí va la crónica de su visita a Finlandia en familia.
Todo comenzó con la llegada a Helsinki. La primera impresión es de que es mucho más tarde, ya que en esa época del año a las 16h ya es noche cerrada. Nada más llegar en taxi al céntrico Radisson Blu Plaza Hotel e instalarnos, mi hijo pudo ver por la ventana niños patinando sobre hielo abajo en la plaza y allí que fuimos a probar… ¡no habían pasado ni un par de horas desde el aterrizaje! Y es que supongo que como esperábamos llegar y encontrarnos rodeados de nieve pero extrañamente no había apenas nada, cogimos el hielo (y el chocolate caliente que servían en el bar de la pista) con muchas ganas.
A la mañana siguiente sólo tuvimos que cruzar enfrente para llegar a la estación, donde nos subimos a un tren rumbo al norte hasta la ciudad de Vaasa, donde nació mi marido. Me llevé la agradabilísima sorpresa de ver que el vagón especial para niños, donde habíamos reservado los asientos, estaba claramente indicado con personajes del dibujante Richard Scarry, ¡cuyos libros me apasionaban de pequeña!
Y es que los trayectos allí suelen ser muuuy largos y los trenes están preparados con un vagón donde los nenes se ponen cómodos (en general vi mucho bebé en pijama bajo los monos y el resto en cuanto puede va en calcetines) y tienen un tobogán, un trenecito, algunos libros y juguetes… sobre todo espacio para moverse y juntarse con otros peques a pasar el rato. En Vaasa pasamos un par de días reuniéndonos con los familiares que quedan por allí. También acostumbrándonos a que cada vez fuera anocheciendo antes, a encontrar en todos los menús carne de ciervo (picada en la mayoría de los casos), a la nieve por doquier y lo que eso supone, básicamente vestir como una cebolla y cada vez que visitas una tienda o entras a tomar algo realizar todos la “operación quita y pon”, me refiero a; gorro, bufanda, guantes y anorak (sobre todo los peques que se agobian más). Y a los inolvidables buffets de desayuno, porque si te gusta el salmón de todas las maneras, el arenque, etc… Estás en el cielo.
También a saludar con un hei! (hola!) o Hyvää päivää (buenos días) y despedirnos con un hei, hei (adiós) o dar las gracias con un kiitos!
Hasta que una mañana y de este horario si me acuerdo muy bien, cogimos un tren a las 9h y, tras hacer uno o dos transbordos llegamos a Rovaniemi a las 17h. No todos estos trenes contaban con vagón familiar, pero al menos tenían un vagón restaurante decente donde nos entreteníamos un poco con la excusa de la comida. Este pueblecito es la capital de Laponia y el hogar de los Lordi, ese grupo de “rockeros” disfrazados de monstruos que ganaron Eurovisión hace unos años convirtiéndose así en auténticos héroes locales, y el más cercano al Santa Claus Village.
Nos instalamos en un pequeño pero cómodo apartamento de airbnb.com, modesto, pero al que por supuesto no podía faltarle una pequeña sauna en el baño y localizamos un supermercado donde adquirir las provisiones básicas para los cuatro días siguientes…
El pueblo en sí, no parece ser mucho más que una calle principal con sus tiendas de souvenirs y consabidos restaurantes, italianos sobre todo, que acaba en el río, helado claro está, Kemijoki. Nosotros no nos alojamos demasiado cerca del centro así que, al menos un par de veces al día nos dábamos un paseíllo de unos 20 minutos que hacíamos ameno intentando evitar la “nieve amarilla” (con pipí de perro) o jugando a dar patadas y deslizar piedras por la nieve estilo futbolero….
La noche en Rovaniemi, al estar rozando el círculo polar ártico, cae en esa época a partir de las 14:30h, así que lo suyo es intentar ir temprano al pueblo a coger uno de los autobuses que salen cada hora y te llevan a Santa Claus Village en cuestión de 20 minutos.
Allí, todo gira alrededor de Santa, o Papá Noel. Es un parque temático al uso aunque en medio del bosque lapón. Mucho merchandising, restaurantes (Ravintolas) muy caros, etc… El plato fuerte es la cita personal con Santa, que fuimos a programar enseguida y se nos dio para nuestro último día allí.
Otras atracciones incluyen la visita a la oficina de correos, visita a los perros huskies, o paseo en trineo tirado por ellos, o por renos, o en moto de nieve…. aunque mi hijo de lo que más disfrutaba era del tobogán de hielo que forman justo delante de la casa de Santa y de ir haciendo muñecos de nieve por todos lados (por ejemplo mientras esperábamos en cola, lo cual es muy práctico).
No montamos en moto pero si en trineo, visitamos a los huskies pero estaba demasiado oscuro y casi no se veían y lo que realmente recomiendo es un restaurante que es una pequeña tienda-casa lapona típica donde en el centro en una fogata un señor te cocina al momento salmón fresquísimo a la parrilla mientras te da todo tipo de explicaciones y conversación en varios idiomas. ¡La mejor experiencia culinaria del viaje!
Dos de los días optamos por ir al Santa Park en lugar de al Village, este es otro parque a medio camino al Village, así que el mismo bus sirve.
Sinceramente, me daba mucha pereza este sitio, porque desde fuera se ve que está dentro de un montículo en forma de cúpula. Y pensar en pasar mucho rato ahí me producía claustrofobia, pero la verdad es que, aunque es muy caro, merece la pena, hay muchas atracciones que disfrutamos incluso más que las de la aldea de Santa. Y ni que decir tiene que, para quien vaya a pasar allí unos días y le toquen desagradables ventiscas o tormentas de nieve, al menos ahí se está protegido y a gustito (de hecho, abre sólo en los meses más fríos). Enseguida te explican que la gran cúpula era originalmente un refugio anti-bombas o nuclear, ¡reconvertido en parque navideño!
Mi parte favorita fue nuestro paso por la “escuela de elfos”, también había un bar de la reina de las nieves, donde todo es de hielo (parte favorita de los papis, sin duda), hay talleres para decorar galletas, de hacer adornos, está la atracción “taller de Santa Claus”, el tambor de los deseos, hacen shows (lo cual nuestro año supuso que los elfos nos bailaran “Gangnam Style” varias veces al día), hay también un espacio de juegos temático de los Angry Birds (personajillos finlandeses en todo su apogeo por aquel entonces).
¡Ah!, también nos pasó una anécdota, íbamos cotilleando por ahí o buscando un baño, no sé, cuando abrimos la puerta de una estancia y nos topamos…. ¡nada más y nada menos que con Santa! Ahí sentado solito, sin elfos, ni ayudantes ni nada (debimos pillar al señor en cuestión en un descanso) y claro, en seguida se metió en el papel a hablar con nuestro hijo, que estaba alucinado. Luego tuvimos que explicarle que nuestra “audiencia” con “él” al par de días seguía siendo muy importante, porque quizás quedó un poco confuso….
Por fin llegó el ansiado día e hicimos tiempo dándonos la vuelta en los trineos de Santa, tirados por unos renos muy simpáticos. Luego, hicimos muuucho rato de cola, que deberían amenizar mucho más, junto a un montón de gente de todo el mundo, a pesar de tener cita, y llegamos por fin a ver a Santa en su “hogar”. Aunque más que nada la sensación es de entrar a un plató de tele, con luces casi cegadoras. Él enseguida pregunta tu nacionalidad y puede chapurrear en muchos idiomas. Lo chulo que nosotros hicimos, idea de mi marido, fue entregarle en mano las cartas de todos los compañeritos de clase de mi hijo, que compinchados con su profe les habíamos hecho preparar con mucha ilusión.
Tras una breve charla, te “flashean” con un par de fotos y a la salida te las ofrecen junto con el vídeo grabado de toda la experiencia. Ni que decir tiene que lo compramos y luego lo pudieron ver los nenes del cole, que les encantó.
Una última recomendación más en Rovaniemi; una de las cenas merece hacerse en el restaurante tradicional Nili, que es caro, pero muy bueno y auténtico y también nos encantó un garito diminuto y acogedor de hamburguesas variadas que nos quedaba a medio camino al centro, el Paloaseman Kioski.
Y para dejar Laponia esta vez optamos por coger un vuelo doméstico, desde el aeropuerto Lentoasema, y en Helsinki pasamos los últimos tres días, comprando regalos de navidad para la familia y paseando por la ciudad. También visitamos el museo de historia natural ya que pasábamos por esa etapa de amor total por todo lo que rodea al mundo dinosaurio…
Hay una cosa sobre todo que nos quedo por hacer, no pudimos ver ninguna aurora boreal, pero ni lo intentamos, la verdad. Aunque era la época del año adecuada, no es algo tan sencillo como se puede creer, sobre todo viajando con niños… Supongo que quizás alojándote en uno de esos hoteles especiales con techos acristalados y que costarán seguro una fortuna, si no, a ver quién está a la intemperie esperando a altas horas de la noche (donde lo normal es que a las 7 de la tarde ya de la sensación de ser las 10 de la noche) si se produce o no el espectacular fenómeno…