Siempre habíamos querido ir a Japón. Cuando llegó Daniela no pudimos resistirnos a compartir esa experiencia con ella.
Japón fue nuestro primer contacto con Asia. Lo hicimos como papis y fue algo inolvidable.
Aterrizamos en Tokio, cogimos el metro hasta Zushi, donde mi amiga Patty nos esperaba en su acogedor Ryokan para pasar las dos primeras noches. El jet-lag es de 7 horas pero la peque sólo estuvo desvelada la primera noche.
El primer día optamos por una excursión tranquilita a Kamakura. Un precioso pueblito en el que parece haberse parado el tiempo. Sus calles son estrechitas, pero hay poco tráfico y muchísimos restaurantes tradicionales con deliciosos platos que nos confirmaron que Japón es mucho, mucho más que sushi.
Comer con un bebé es facilísimo en Japón, ya que en cualquier lado encuentras arroz blanco, pescado hervido y verduritas al vapor, fáciles de masticar para los peques.
En Kamakura visitamos los templos de Kōtoku-in, donde descansa el Gran Buddha de bronce, y Hasedera, que es de los más antiguos del país con un jardín japonés precioso y muchas escaleras.
En los templos encontrareis un parking para carritos de bebé o un espacio apartado donde os pidan aparcarlos. Nuestro tip es que llevéis una mochila de porteo debajo del carrito, es lo más cómodo para las visitas.
Sobre dejar el carro abandonado en los parkings, como occidentales nos llamaba mucho la atención ya que llevábamos de todo para pasar el día, pero Japón es súper seguro y los japoneses extremadamente respetuosos (a la par que escrupulosos), vuestro carrito estará intacto.
El segundo día llegamos a Kyoto en nuestro primer Hikari.
Recorrer el país en tren es lo más cómodo para viajar con un bebé. Nosotros nos sacamos el Japan Rail Pass de 7 días (lo hay de 7, 14 o 21 días). Es importante saber que hay que llevarlo desde España y canjearlo en estaciones con el distintivo JR, pero no se puede comprar en Japón.
De Kyoto nos enamoró la quietud de sus templos, la delicadeza de las callecitas de Gion y la inmensidad Arashiyama, el bosque de bambú. No olvidéis el repelente de mosquitos, nosotros optamos por uno orgánico que nos fue genial.
Tras un par de días entre templos y pagodas, volvimos al tren para hacer la excursión más impresionante del viaje, visitamos Nara.
El tesoro de este pueblito son los simpáticos ciervos shika que campan a sus anchas por un vasto parque que alberga entre otros puntos de interés el templo de madera más grande del mundo, el Todaiji, con un Budha gigante en su interior. Ver a Daniela jugar con estos traviesos venados y rebozarnos con ellos fue uno de los recuerdos más divertidos del viaje.
Última parada: Tokio
Un baño en Onsen fue el colofón final al día, relajados entre vapores planeamos la visita a Osaka que hicimos al día siguiente y la llegada a Tokio por la noche.
Durante todo el viaje nos hospedamos en casas particulares que cogimos por Airbnb, gracias a ello pude cocinar purés a Daniela y disfrutar de un ambiente más acogedor en el ajetreo de las excursiones.
La casa de Tokio estaba en Harajuku, era un pequeñísimo loft ultra equipado que nos imbuyó de lleno en la vida cuidad.
Tokio es una cuidad futurista, llena de contrastes y secretos. Es vibrante y caótica, pero muy cívica y coherente. Es importante evitar las horas punta del metro y llevar una muselina o chaqueta porque el aire acondicionado y la humedad son extremos.
En Tokio, recorrimos las tiendas de Takeshita St. y Omotesando, franqueamos el famoso cruce de Shibuya, nos perdimos entre cómics y máquinas retro de arcade en Akihabara, pasamos un día en Yoyogi Park y disfrutamos del arte manga en galerías como DesignFesta en Meijijingu-mae, de donde Daniela y yo nos llevamos un retrato manga que hoy cuelga en nuestro salón.
Japón nos enseñó que los humanos podemos entendernos sin hablar. Que la domótica, el neón y la celeridad, no están reñidos con la armonía, la espiritualidad y la tradición.
Pero si en algo no nos ganan, es en la forma de querer, donde esté un comerse a besos que se quite todo el acato milimetrado.
Volveremos con nuestra tribu que crece en Enero a ver a los amigables y reverentes nipones, porque en Japón siempre hay rincones que explorar y los contrastes en familia se saborean mucho más.
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Súper artículo! Dan ganas de
Ir!