Cerca de BarcelonaRural Salut

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Poco antes de salir presurosos de vacaciones, tuvimos la oportunidad de conocer a Ester y Natxo, unos chicos muy entusiastas que decidieron hacer lo que muchos anhelamos y pocos nos atrevemos: dejarlo todo y cambiar la vida de la ciudad por una vida saludable en el campo. De este acto de valor, surge Rural Salut, un lugar donde se promueven actividades educativas relacionadas con la salud en contacto directo con la naturaleza. Su base de operación se llama Cal Peguera y se encuentra en la bellísima y poco explotada comarca del Berguedà, cerca del pantano de la Baells y a unos minutos de Vilada, en la Serra de Catllaràs.

En realidad el concepto es muy sencillo. Ester es enfermera y siempre ha estado vinculada al mundo de la salud. Natxo, por su parte, es periodista de formación pero su naturaleza inquieta lo ha llevado a experimentar con otras disciplinas. Es por ello que los talleres son tan diversos: desde ganchillo hasta creación de un cómic, pasando por marcha nórdica (esa con bastoncitos). Incluso hacen talleres a medida y desarrollan campañas de divulgación y concienciación relacionadas con la salud.

Como es de esperar, todas las actividades tienen una parte lúdica. De eso se encarga Natxo y lo hace francamente bien. Pero es Esther la que, con su experiencia, encuentra los beneficios directos e indirectos que la actividad tiene en la salud: corrección postural, alimentación saludable, expresión de las emociones, prevención de la depresión o el estrés, etc. Obviamente, en según que actividades, la actividad física es protagonista, como en la marcha nórdica. Pero en realidad, no hace falta ni tener ni querer una condición de atleta. Son unos convencidos de que el simple hecho de realizarla en un entorno natural resulta beneficioso para la salud. Lo afirman desde su experiencia personal y su bagaje científico.

Y como siempre, me enrollo como persiana y no he hablado aún de lo que hicimos. Para empezar… llegamos tarde. Típico en nosotros. Nos apuntamos al taller de juegos saludables, bien llamado “Fem l’indi” (juego de palabras, pues en catalán quiere decir “hacer el tonto”) Pero no, en realidad jugamos a convertirnos en indios literalmente. Como decía antes, llegamos cuando ya habían hecho los tipis, así que nos perdimos la explicación de Natxo. Pero después de pintarnos la cara y ponernos el tocado indio, nos fuimos a aprender a hacer flechas y luego, evidentemente, a lanzarlas. Los niños (y sus padres) estaban encantados. Tal fue el éxito de las dichosas flechas, que la experiencia la repetimos en Suecia, donde estuvimos este verano (hablaré de ello en otro post) De acuerdo con las últimas noticias recibidas, nuestros anfitriones ¡siguen jugando con ellas!

Pasado el furor de las flechas, Natxo nos enseñó a hacer trampas para bichos y comedores para pájaros, siempre con la premisa de que el único objetivo es la observación del animalito… y nada más. Entremedio, Ester nos preparó un delicioso bizcocho casero y una aromática infusión para recuperar energías.

Como guinda del pastel, nos ofrecieron darnos un chapuzón en el río de al lado. Habían propuesto ir a otro sitio que aseguraban era de mayor belleza, pero el calor y la impaciencia de los más jóvenes nos hizo decantarnos por la inmediatez. Cinco minutos de caminata y teníamos ya los pies en el agua que, curiosamente y para mis parámetros tropicales, no estaba tan fría como podría pensarse.

Hasta aquí la actividad en sí. Pero ya nos habían avisado que podíamos comer ahí si nos apetecía, así que habíamos preparado un picnic para tres. Me llevé una grata sorpresa cuando Ester me dijo que había preparado comida para compartir así que mis tres bocatas se convirtieron bíblicamente en un plato de macarrones con pan, fruta, etc… Acabamos comiendo y compartiendo entre todos la comida. Y tengo que admitir que fue muy agradable hacerlo con desconocidos. Realmente se respiraba un aire familiar.

En resumen, lo pasamos muy bien. Ester y Natxo nos hicieron sentir en confianza, en todo momento, abriéndonos la puerta de su casa y de su intimidad. Y nuestros compañeros de viaje, con sus historias y sus particularidades, fueron súper simpáticos. Parecía que en vez de un taller, habíamos ido a pasar el día en la casa de campo de viejos amigos ¡Gracias chicos!

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