Descubrir la existencia del Festival al carrer de Viladecans , creado el verano de 1990, marcó para nosotros un antes y un después. No conocíamos la ciudad— excepto por su lado más salvaje, que ya retratamos en la crónica de nuestra aventura en el delta —, y fue un gustazo disfrutar de esta población tan familiar. Una de esas maravillas que, por su proximidad, quizá no valoramos lo suficiente. ¡Y nunca es tarde si la dicha es buena!
Dejándonos llevar por la emoción del momento, llegamos demasiado temprano, puesto que las representaciones no empiezan hasta las 18-19 horas. De entrada nos pareció un poco tarde (o quizás fuera por la impaciencia), aunque teniendo en cuenta el calor estival resulta de lo más sensato. Como dice otro refrán: ¡no hay mal que por bien no venga!, así que buscamos en qué invertir ese tiempo extra…
Y empezamos visitando The Style Outlets. Personalmente no soy muy fan de los centros comerciales, pero reconozco que además de las bonitas zonas infantiles, el amplio espacio super cuidado y la oferta de tiendas son geniales, y lo pasamos en grande aprovechando las rebajas. Especialmente Pau, ¡que no dejó ni un zapato por probarse!
Después, paseamos por el centro de la ciudad en búsqueda de algún espacio de ocio familiar, tipo sala de juegos (una costumbre muy nuestra), y además de descubrir las típicas paradas callejeras, de los feriantes, llegamos al Aeropark. Allí, la mar de frescos, pudimos reponer fuerzas con un tentempié, mientras Pau hacía nuev@s amig@s. Eso sí: muy atentos a la cuenta atrás. ¡El Festival Internacional de Teatre Al Carrer estaba a punto de empezar!
A la hora en punto nos plantamos en el epicentro de la acción y estábamos leyendo la impresionante lista de espectáculos y compañías de todo el mundo (Portugal, Chile, Francia, País Vasco, Galicia…), cuando de repente
apareció ¡un dragón enorme! Nos llevamos un buen susto e incluso Pau preguntó porqué iba sin bozal, pero su dueño lo llevaba bien atado con una correa y al final resultó que era bastante manso. La primera de muchas sorpresas…
De todos modos, lo mejor del festival no es solo la ubicación de los espectáculos— algunos fijos, otros móviles—, lo variados que son en tiempo (des de 20 minutos hasta horas) o en tipología (teatro, poesía, magia, clown,
títeres, circo, danza…), ni tampoco el hecho de que sean para todas las edades y gustos, sino que son gratis. Todos, del primero al último. ¡Un regalo para toda la familia!
Fuimos sobre la marcha (cosas del directo) improvisando la ruta programa en mano, y el segundo lugar que escogimos visitar fue el jardín municipal, un precioso oasis polivalente con bar y zona de picnic. Una vez allí, nos
pegamos un hartón de jugar con los juegos de Festa i Fusta y , cuando ya no quedaba ninguno por probar ni repetir, nos pegamos unos bailes al ritmo de los Xip Xap y su Que peti la plaça.
Un gran número de voluntari@s, fácilmente reconocibles, repartían programas por toda el área, daban indicaciones y asistían tanto al público como en los espectáculos, además de contribuir a mantener el orden, siempre con una sonrisa en los labios. Incluso a ritmo de música disco gracias a ODISEA80 de Nacho Vilar Producciones.
Todas las obras tienen lugar en sitios tan emblemáticos como la Plaça de la vila o el Parc de Can Xic y el recorrido más largo es un paseo de poco más de 10 minutos, pero nosotros (sobretodo Pau) echamos de menos el patinete.
Más que nada porqué hay tanto que ver y el tiempo pasa tan rápido… Aunque no es lo único que pasó volando.
Katapulten ( Traüt Espectacles ) fue uno de los espectáculos itinerantes que hizo las delicias de pequeños y mayores por su mezcla ideal de humor y batalla campal, como bien puede un@ deducir por su nombre y el aspecto de
sus protagonistas, una especie de guerreros vikingos algo despistados y con muy mala puntería. Por suerte, no hubo heridos… Exceptuando, quizás, el pollo volador.
Más tarde, mientras que algunos esperábamos ansiosos descubrir El secret de la Nanna (CIA. Anna Roca) en su misterioso carruaje, otros aprovechaban para hacer el indio con los Galitoon, o para visitar la instalación lúdica Sonarium (de El pájaro carpintero), donde especialmente los más pequeños disfrutaron como enanos experimentando con el sonido y la percusión.
Otro detalle importante es que nos dimos cuenta que siempre había estructuras o zonas de juego infantil de algún tipo muy cerca de los lugares donde se celebraban los espectáculos, convirtiendo así las esperas en una oportunidad más para pasarlo bien. ¿Casualidad? Probablemente no.
Lo ideal, a nuestra experiencia me remito, es ir un par de días o incluso los 3 que dura el festival, para poder ver tranquilamente toda la oferta de shows. Eso sí: os recomiendo consultar antes su web, donde encontraréis toda la información (vídeos, localizaciones y horarios) para poder organizaros bien y, ya puestos, disfrutar también de Viladecans hasta el último bocado.
Si tuviéramos que elegir un único show seria imposible, aunque cada uno de nosotros tiene su preferido. Para mí, sin lugar a dudas, fue la Rueda de la muerte o La course contre le temps de La Rotative: un espectáculo en
mayúsculas, tanto por la enorme estructura como por su movimiento y la performance del acróbata que se jugaba la vida en ella. De hecho, fue uno de los más concurridos y mantuvo con la boca abierta al público todo el tiempo.
Para Àlex, el padre de la criatura, el mejor fue Katapulten, por su mezcla puesta en escena y humor; y para Pau, Babo Royal (Ganso & CIA) que sedujo a los presentes de todas las edades con su divertida escenografía e inocencia. ¡Le gustó tanto que quiso dejarlo por escrito en su libro de visitas!
Hay cosas que no tienen precio. Y no me refiero a las que son gratis, sino a aquellas experiencias que compartimos con nuestros seres queridos: sorpresas, emociones, risas… Por todo ello, y más (mucho más) vale la alegría — que no la pena— acercarse a disfrutar del Festival al carrer de Viladecans . Repetiréis, ¡seguro!